La diva en casa : arquitectura para artistas / Adam
L. Bresnick
Ediciones Asimétricas, Madrid : 2012
165 p. : il., planos
ISBN 9788493932718
Materias:
Biblioteca Sbc Aprendizaje A-728.3 DIV
OPAC Millennium
¿Cómo viven las divas? Eludiendo las vulgares y adocenadas mansiones
previsiblemente kitsch en que suelen habitar las estrellas, Adam L.
Bresnick escoge unas cuantas casas de reconocidos divos o divas que
fueron diseñadas por destacados arquitectos. Casas de encargo,
singulares e irrepetibles como sus dueños, confeccionadas a la medida de
la personalidad desbordante e hipertrofiada del divo.
Si
el hogar es habitualmente el ámbito de la intimidad de sus habitantes,
en estas casas la diferencia entre lo privado y lo público se desdibuja.
La teatralidad y el carácter escenográfico propios de los espacios en
los que divas y divos resplandecen ante el público impregnan
profundamente sus moradas. La casa se convierte en un escenario que
cuenta con sofisticados mecanismos de exhibición y diferenciación.
También
indaga este libro sobre la relación entre dos egos, a veces tensa y
conflictiva, por imponer sus criterios: el ego de la diva, deslumbrante y
extraordinario, y el del arquitecto, empeñado en establecer ideas
arquitectónicas que forman parte de un sistema personal de pensamiento.
Ambas posiciones se defenderán con firmeza. Este es otro apasionante
viaje que nos propone Bresnick para hallar, en cada caso, el encaje más
aproximado entre los deseos de tan especiales clientes y las “formas con
firma” de reputados arquitectos.
Para ejemplificar
estas cuestiones, se presentan casos escogidos en épocas y dedicaciones
profesionales diversas: Josephine Baker, exótica musa de la época del
jazz, y el austero y cosmopolita Adolf Loos; la bailarina y cortesana
Madame Guimard y Claude-Nicolas Ledoux, arquitecto iluminista y
neoclásico; el extravagante multimillonario Charles de Beistegui y el
revolucionario vanguardista Le Corbusier, entre otras parejas, recorren
estas páginas que finalizan con un caso verdaderamente particular: el
arquitecto y divo Philip Johnson se encarga una casa a sí mismo: una
casa con paredes de vidrio en la que todo y todos quedan continuamente a
la vista, en perpetua exhibición…
Enlaces
Ediciones Asimétricas | La diva en casa : arquitecturas para artistas
¿Quién es más divo arquitecto o cliente?
Anatxu Zabalbeascoa | Del tirador a la ciudad | El País, 2012-06-20
La diva egocéntrica se entrega al
escaparate, a su público, y así nos entrega su vida, despojándose de
secretos o de la intimidad -que desprecia porque no le permite ser diva-
hasta quedarse, en realidad, sin vida, por lo menos privada. En su
actitud egocéntrica, la diva resulta paradójicamente generosa: gastando
su esfuerzo y dinero en la representación de su imagen, alimentando su
ego, la diva nos entretiene y nos fascina.
Adam Bresnick
ha trazado una posible historia de la arquitectura del capricho y el
egocentrismo que es, sin embargo, un sobresaliente, fascinante y
académico estudio de parte de la historia de la vanguardia
arquitectónica doméstica.
La arquitectura de los divos analizados por Bresnick es a medida,
alta arquitectura. Entre los clientes más exigentes –los que se esconden
detrás de las grandes obras- los divos son especiales. No son
poderosos gracias al miedo, como sucede entre los mecenas habituales:
religiosos, políticos o millonarios. El poder de los divos no nace del
miedo sino de la pasión que despiertan entre los espectadores. Mantener
esa pasión les lleva a cuidar la arquitectura como un artilugio más,
como el vestido más real para acicalar la vida y la obra del artista.
Así, aunque cuando se habla de divos sea necesario hablar también de
espectadores, el divismo no vive solo entre bambalinas. Es más que
evidente que también hay divos arquitectos, aunque, fuera del
escenario, el divismo no vaya siempre asociado con el derecho a serlo.
Por eso cuando el divo, o la diva arquitecta, viste al divo, cuando idea
su propia casa, el resultado es un escaparate, una simple caja de
cristal en la que no hace falta nada más.
Como apunta Bresnick sobre la casa que Philip Johnson se construyó
adelantándose a su maestro Mies van der Rohe, en la Glass House de New
Canan “menos era nada: su casa era su templo, su intimidad su muerte, su
confort el aplauso”.
En una época en la que los supuestos divos del futbol y el cine
encargan sus viviendas a un autor de simulacros modernos, conviene leer
este libro para comprender la diferencia entre la arquitectura y el
cartón piedra. Y para entender también el cambio social que refleja
haber rebajado tanto el esfuerzo y la genialiad de los divos
(arquitectos o artistas).
Lo fascinante de
La diva en casa, arquitectura para artistas (Ediciones Asimétricas)
es que la biografía de la arquitectura doméstica de los artistas
resulta indisociable del retrato público de los dueños de esas viviendas
pero, al final, termina por retratarlos también en su vertiente menos
divina, más oculta, menos pública y mucho más humana. Bresnick demuestra
cómo en la arquitectura más glamourosa el arquitecto está al servicio
del cliente más exigente del mundo: el que necesita una casa para
mostrarse, el que encarga una vivienda para que le retrate como un gran
espejo, o más bien como una gran máscara, ampliando la imagen que el
divo, o la diva, tienen de sí mismos hasta el infinito.
Así, el libro contempla tanto todas las posibilidades del divo como
muchas de las posibilidades de la arquitectura para colaborar con esa
divinidad.
Aparece, por ejemplo, la actriz María Guerrero convertida en
arquitecta. Y su casa, sobre el teatro de la Princesa, convertida en
templo, camerino y hasta en cámara mortuoria (con el féretro de la diva
expuesto frente al dosel de la cama).
También el matrimonio de divos que fueron Diego Rivera y Frida Kalho
está en el libro encajado en las viviendas que Juan O’Gorman les
diseñó en San Ángel: grande, roja y blanca para él y pequeña, privada y
azul para ella. Eso sí, comunicadas por un puente, que representa el
deseo simultáneo de cercanía y separación y que Frida cerraba cuando su
marido la disgustaba acostándose, por ejemplo, con la hermana de la
pintora.
En Hollywood, la casa de Dolores del Río y Cedric Ribbons tenía
efectos especiales: una luna proyectada sobre la pared y el sonido de la
lluvia sobre el tejado. La puerta estaba hecha de monel (aleación de
níquel y cobre empleada en los pistones de las trompetas), pero con
todo, “la casa imita un decorado que está imitando una casa”, escribe
Bresnick adelantando el desenlace: Dolores terminaría residiendo en un
apartamento cercado, proyectado por Richard Neutra, donde viviría su
idilio con Orson Welles antes de regresar a México y sostener otro
romance. Esta vez con Frida Kahlo.
Las casas retrato terminan por retratar lo que no está expuesto. Tal vez por eso, Billy Wilder filmó
El crepúsculo de los dioses
en una casa real. El título de la película en inglés: Sunset Boulevard
era, en realidad, la dirección de la casa. Bresnick sostiene que Wilder
no llegó a construir nunca la casa que encargó al matrimonio Eames
porque quería una casa real. Aunque a mí me gusta pensar que tal vez
encargándosela a los Eames sí hubiera conseguido una casa real. Y pongo
como prueba la famosa Lounge Chair, la silla para leer - en realidad era
para dormir la siesta y mantener las apariencias- que el matrimonio sí
diseñó para Wilder.
Por el libro de Bresnick circulan también divos simpáticos aunque,
eso sí, siempre obsesionados con serlo. Josephine Baker, por ejemplo,
siempre conoció el precio y el esfuerzo que supondría encontrar el
escenario en el que mostrar su talento y, tal vez por eso, tampoco llegó
nunca a construir la vivienda que le diseñó un Adolf Loos entregado que
ideó la fachada de su casa con franjas horizontales después de haber
escrito en
Ornamento y Delito que “el hombre moderno que se tatúa es un delincuente o un degenerado”.
Y por ahí llegamos al climax del libro. Lo que más se le puede
agradecer a un ensayo, o a una película, es que nos deshagan una
idea,que nos hagan dudar sobre una percepción falsa, o incompleta. Esa
escena de Loos con traje nuevo, aprendiendo a bailar el Charleston e
ideando las franjas horizontales de la fachada de la Baker parece
decir: donde se meta la pasión, que se quite la razón.
En el libro todos los divos tienen la voluntad de serlo. Porque ser
divo requiere determinación y voluntad: supone un gran esfuerzo. Los
arquitectos lo entienden y así, el ilustrado Claude Nicolas Ledoux
coloca la toilette de la bailarina Marie Madelaine Guimard en el centro
de la casa, donde tradicionalmente se ubicaba la chimenea y donde hoy se
encuentra el televisor.
Resulta paradójico que sean los divos los que dictan, y exigen, la
arquitectura al servicio del cliente. Por eso es tentador establecer el
paralelismo entre divos y arquitectos y comprobar que muchos de los
adjetivos empleados por Bresnick para describir a la diva:
- Llena el escenario antes de abrir la boca
- Solo existe para el foco de la atención pública
- Sin descanso, siempre en acción. Sin intimidad, sin línea que separe
vida real y representación, clientes y amigos, vida y obra.
- Con un talento que parece de origen divino (en giro postmoderno: que quieren hacer ver que parece de origen divino)
- Alejada de su oficio, la diva deja de existir, se podrían aplicar a
un buen número de arquitectos sin que nadie se sorprendiese.
“Nunca he buscado a un cliente. Mis clientes vienen ellos solos”, le
escribe Le Corbusier al anglo-mexicano Charles de Beistegui mientras
éste duda sobre si encargarle o no su ático en París al suizo. “Nunca se
ha marchado ninguno insatisfecho”, remata Le Corbusier en la misma
carta deshaciendo la idea que acaba de exponer asegurando que nunca ha
buscado un cliente.
El multimillonario y, vamos a decir coleccionista, Charles de
Beistegui sentía terror ante lo vulgar y lo cotidiano. Parece que hay
personas que no pueden soportarlo. A esas personas las acecha el
ridículo. Así, Bresnick describe con terminología cinematográfica, un
travelling,
la curva en el pavimento de la casa que Richard Neutra levantó para el
genial Josef von Sternberg, el director que llevó a otra diva, Marlene
Dietrich, al estrellato. Pero, pasados unos años, no es von Sternberg
–que se puso el von al cruzar el Atlántico- quien recorre esa curva con
su Rolls sino la escritora Ayn Rand, autora de
El Manantial, el
novelón arquitectónico en el que Howard Roak daba lecciones de
coherencia, la que posa para las revistas en su casa, -la antigua
mansión de von Sternberg-explicando los trabajos a medida y defendiendo
la arquitectura integral, verdadera y coherente.
Truman Capote ya advirtió contra las Plegarias Atendidas. Y André
Gide dijo que “nos darían la felicidad de otro y no sabríamos qué hacer
con ella”. Pero la escritora Ayn Rand los desdice apoderándose de la
genialidad y excentricidad de Neutra y de von Sternberg en una casa
racionalista rodeada de un foso como un castillo medieval. Hay Kitsch y
retratos colaterales en el libro. También hay filosofía:
“Tan rey sería yo de mi estado como cada uno del suyo: y siéndolo,
haría lo que quisiese; y, haciendo lo que quisiese, haría mi gusto; y,
haciendo mi gusto, estaría contento; y, en estando uno contento, no
tiene más que desear; y, no teniendo más que desear, acabose”, escribe
von Sternberg, citando e
l Quijote para explicar, como Capote con sus
Plegarias Atendidas, que una vez conseguida la presa se termina el placer de la caza. Por eso él vendió su casa- castillo.
Para concluir, el libro termina con un duelo apasionante. La Farnsworth de Mies
versus la Glass House de Philippe Johnson. Los ingredientes son clásicos:
- Discípulo contra maestro.
- Deuda intelectual reconocida
- Voladizos y estructura metálica en blanco en la Farnsworth
- Caja y estructura metálica negra en la Glass House frente a un
paisaje artificial en el que Johnson hizo talar algunos árboles porque
los troncos de los robles eran más oscuros que los de los arces, tras la
lluvia, y oscurecían las vistas.
Y, de nuevo, lo fascinante del libro es que gana el perdedor
habitual. A pesar de sus impurezas, a pesar de llegar después a las
ideas, al final, en un giro inesperado digno de las mejores películas,
el discípulo supera al maestro. No lo logra por la frescura ni por la
fuerza de su obra sino por el as que guarda en la manga. La Glass House
era para sí mismo. Y así y allí, sin cambiar jamás nada, vivió Jonhson
hasta sus últimos días en 2005. Todo lo contrario de lo que le sucedió a
Edith Farnsworth que no pudo soportar vivir en un edificio mítico y
terminó por denunciar a Mies van der Rohe. Lo explica Bresnick en su
libro:” Un escaparate no puede ser una casa. Pero es la casa perfecta
para un divo”.
(Extracto de las ideas que apunté para presentar el libro
La diva en Casa en El Colegio de Arquitectos de Madrid)
Fuente
¿Quién es más divo arquitecto o cliente?
Anatxu Zabalbeascoa | Del tirador a la ciudad | El País, 2012-06-20
Documentación
Adam L. Bresnick: "Hacer una vivienda privada supone entrar en la psicología de su ocupante"
Elena Viñas | El Imparcial, 2012-06-27