Londres, ciudad disfrazada : la arquitectura en la formación del carácter de la capital británica / Antón Capitel
Abada, Madrid : 2013
307 p. : il.
Colección: Lecturas. Historia del Arte y de la Arquitectura
ISBN 9788415289883Arquitectura -- Inglaterra. Londres (Inglaterra)Sbc Aprendizaje A-72(410) LONhttp://millennium.ehu.es/record=b1786779~S1*spi
Las ciudades, mediante la arquitectura, se disfrazan, buscando un determinado carácter que el poder desea o que los arquitectos propician. Y, a menudo, fingiendo una historia que en realidad no
tienen. Londres no sólo es la metrópoli principal de Europa, cabeza de una
importante nación y de un imperio, sino que, además, nunca tuvo una ordenación
muy planificada ni geométrica, como producto que fue de la yuxtaposición en el
tiempo de diversas poblaciones. Por todas estas cosas, el papel de la
arquitectura fue en Londres especialmente acusado en relación a la formación de
un carácter propio que el plano de la ciudad no daba del todo.
El libro recorre la historia de la arquitectura de la capital británica, del
siglo XVII al XX, analizando los tres caracteres, ideales o disfraces que
produjo: el ideal clásico, el romántico y el moderno. De este modo, supone
tanto una interpretación de la historia de la arquitectura londinense como una
interesante guía de la arquitectura de la ciudad.
Introducción
Notas de Antón Capitel, 2013-12-04http://acapitel.blogspot.com.es/2013/12/ha-salido-mi-libro-londres-ciudad.html
La arquitectura, como conversión en arte de una necesidad humana, la construcción del cobijo, ofreció a las instituciones y a las sociedades la facultad de poder ser convenientemente representadas. Esto
es, de quedar representadas mediante sus imágenes de acuerdo con sus deseos y
dentro de las posibilidades figurativas que la libertad y la arbitrariedad de
la arquitectura podían ofrecer.
Pues la arquitectura es capaz de servir un determinado «carácter», explícito en
la tradición de las instituciones urbanas, ya que fue en las ciudades donde la
arquitectura se desarrolló y donde pudo realizar así este papel representativo.
Iglesias, palacios y otros edificios diversos del poder y de la sociedad
utilizaron esa capacidad de la arquitectura para significarse a sí misma y para
caracterizar la ciudad. Para hacer de la ciudad un acto de representación, un
acto figurativo y simbólico.
Mediante la arquitectura, pues, las ciudades se
disfrazaron. Se disfrazaron de lo que quisieron: se vistieron con el carácter
al que aspiraban y que podían alcanzar, y pudieron fingir con él, además, y muy
frecuentemente, una historia inventada, un pasado que en realidad no había
existido nunca.
Londres, capital del Reino Unido, es una gran ciudad
donde la arquitectura, entendida como una institución intelectual y artística
en los términos descritos, ha tenido un desarrollo muy alto y muy dilatado. Al haberse
convertido esta población en la capital de una importante nación, y hasta de un
poderoso imperio, utilizó la arquitectura de modo muy intenso para conseguir
representarse convenientemente. Esto es, a la altura de lo que quería ser, de
lo que consideraba su propio valor.
Pero, además, la ciudad de Londres fue, como es
sabido, el producto de la unión paulatina de muy diversas poblaciones, y aunque
con el tiempo fue cada vez más planificada, nunca tuvo, a pesar de su gran tamaño,
una estructura geométrica, un gran trazado que pretendiera unificarla, ni
siquiera en un modo parcial. Con el río como único rasgo principal de su gran
estructura urbana, y con los grandes y pequeños parques como contenido más
específico y singular de ella, la gran capital británica debió acudir a la
arquitectura como instrumento único
del orden y de la calidad de su imagen. Sin el orden que la ciudad no daba, la
arquitectura tuvo que servirlo, obligadamente y con especial intensidad.
Londres, entendida como acto de representación
–como voluntario disfraz–, tuvo, pues, esta doble necesidad. De un lado, y más
primariamente, obtener el orden que la propia ciudad no podía ofrecer debido al
modo en que ésta se producía, abusando de la espontaneidad, a la que se tuvo
como principal paradigma, y despreciando así toda geometría, toda sistemática
de trazado que no fuera de pequeñísima escala, de condición particular. De
otro, lograr la representación propia del poder; esto es, de la muy articulada
y establecida sociedad británica. Londres tenía que representar a la sociedad,
pero orgánicamente hablando: tenía que representar principalmente a la Corona,
como también a la Iglesia, y a todas aquellas instituciones de las que la
realeza se rodeaba y con las que se completaba.
Por eso Londres se disfrazó, y, a entender de quien
escribe, con calidad y éxito extraordinarios, aunque no siempre el disfraz
fuera el mismo, y a lo largo de un tiempo dilatado aparecieran distintos
caracteres en lucha por imponerse. Caracteres que, a la postre, hicieron de la
ciudad un lugar mixto y no coherente desde el punto de vista formal.
Este libro quiere relatar algo de la historia y
mucho de las características de estos disfraces arquitectónicos, y no tanto –o
no sólo– en relación con el éxito que obtuvieron en la representación real de
la ciudad, sino, sobre todo, en lo que tenían de altamente intencionado para
conducir la configuración de algunas de las mejores arquitecturas británicas al
haber ocupado la conciencia de promotores y arquitectos.
No es, pues, éste, un libro sistemático acerca de
Londres, ni es tampoco un escrito que se proponga elogiar de continuo esta
magnífica ciudad. Quien busque estas dos cosas, o alguna de ellas, debería
acudir a estudios de otro tipo, como fue el del conocido libro del profesor
Rasmunssen. Quien esto escribe admira con intensidad a la gran capital
británica, como este libro prueba sobradamente, y en la observación de la misma
y en el estudio de su cultura arquitectónica ha gastado muchas horas de gozosa
atención.
Pero no aspira ni a establecer mitificación alguna
ni a lograr descripciones de carácter, digamos, «científico». Tan sólo a
realizar una interpretación que se pretende interesante y lúcida para el
objetivo de entender mejor –de entender algo más– la admiración y la intriga
con que la ciudad se nos ofrece cuando la visitamos, o cuando vivimos en ella.