martes, 28 de enero de 2014

#libros #arquitectura | Londres, ciudad disfrazada : la arquitectura en la formación del carácter de la capital británica


Londres, ciudad disfrazada : la arquitectura en la formación del carácter de la capital británica / Antón Capitel
Abada, Madrid : 2013
307 p. : il.
Colección: Lecturas. Historia del Arte y de la Arquitectura
ISBN 9788415289883

Arquitectura -- Inglaterra.
Londres (Inglaterra)
Sbc Aprendizaje A-72(410) LON
http://millennium.ehu.es/record=b1786779~S1*spi

Las ciudades, mediante la arquitectura, se disfrazan, buscando un determinado carácter que el poder desea o que los arquitectos propician. Y, a menudo, fingiendo una historia que en realidad no tienen. Londres no sólo es la metrópoli principal de Europa, cabeza de una importante nación y de un imperio, sino que, además, nunca tuvo una ordenación muy planificada ni geométrica, como producto que fue de la yuxtaposición en el tiempo de diversas poblaciones. Por todas estas cosas, el papel de la arquitectura fue en Londres especialmente acusado en relación a la formación de un carácter propio que el plano de la ciudad no daba del todo.

El libro recorre la historia de la arquitectura de la capital británica, del siglo XVII al XX, analizando los tres caracteres, ideales o disfraces que produjo: el ideal clásico, el romántico y el moderno. De este modo, supone tanto una interpretación de la historia de la arquitectura londinense como una interesante guía de la arquitectura de la ciudad.

Introducción
Notas de Antón Capitel, 2013-12-04

http://acapitel.blogspot.com.es/2013/12/ha-salido-mi-libro-londres-ciudad.html

La arquitectura, como conversión en arte de una necesidad humana, la construcción del cobijo, ofreció a las instituciones y a las sociedades la facultad de poder ser convenientemente representadas. Esto es, de quedar representadas mediante sus imágenes de acuerdo con sus deseos y dentro de las posibilidades figurativas que la libertad y la arbitrariedad de la arquitectura podían ofrecer.

Pues la arquitectura es capaz de servir un determinado «carácter», explícito en la tradición de las instituciones urbanas, ya que fue en las ciudades donde la arquitectura se desarrolló y donde pudo realizar así este papel representativo. Iglesias, palacios y otros edificios diversos del poder y de la sociedad utilizaron esa capacidad de la arquitectura para significarse a sí misma y para caracterizar la ciudad. Para hacer de la ciudad un acto de representación, un acto figurativo y simbólico.

Mediante la arquitectura, pues, las ciudades se disfrazaron. Se disfrazaron de lo que quisieron: se vistieron con el carácter al que aspiraban y que podían alcanzar, y pudieron fingir con él, además, y muy frecuentemente, una historia inventada, un pasado que en realidad no había existido nunca.

Londres, capital del Reino Unido, es una gran ciudad donde la arquitectura, entendida como una institución intelectual y artística en los términos descritos, ha tenido un desarrollo muy alto y muy dilatado. Al haberse convertido esta población en la capital de una importante nación, y hasta de un poderoso imperio, utilizó la arquitectura de modo muy intenso para conseguir representarse convenientemente. Esto es, a la altura de lo que quería ser, de lo que consideraba su propio valor.

Pero, además, la ciudad de Londres fue, como es sabido, el producto de la unión paulatina de muy diversas poblaciones, y aunque con el tiempo fue cada vez más planificada, nunca tuvo, a pesar de su gran tamaño, una estructura geométrica, un gran trazado que pretendiera unificarla, ni siquiera en un modo parcial. Con el río como único rasgo principal de su gran estructura urbana, y con los grandes y pequeños parques como contenido más específico y singular de ella, la gran capital británica debió acudir a la arquitectura como instrumento único
del orden y de la calidad de su imagen. Sin el orden que la ciudad no daba, la arquitectura tuvo que servirlo, obligadamente y con especial intensidad.

Londres, entendida como acto de representación –como voluntario disfraz–, tuvo, pues, esta doble necesidad. De un lado, y más primariamente, obtener el orden que la propia ciudad no podía ofrecer debido al modo en que ésta se producía, abusando de la espontaneidad, a la que se tuvo como principal paradigma, y despreciando así toda geometría, toda sistemática de trazado que no fuera de pequeñísima escala, de condición particular. De otro, lograr la representación propia del poder; esto es, de la muy articulada y establecida sociedad británica. Londres tenía que representar a la sociedad, pero orgánicamente hablando: tenía que representar principalmente a la Corona, como también a la Iglesia, y a todas aquellas instituciones de las que la realeza se rodeaba y con las que se completaba.

Por eso Londres se disfrazó, y, a entender de quien escribe, con calidad y éxito extraordinarios, aunque no siempre el disfraz fuera el mismo, y a lo largo de un tiempo dilatado aparecieran distintos caracteres en lucha por imponerse. Caracteres que, a la postre, hicieron de la ciudad un lugar mixto y no coherente desde el punto de vista formal.

Este libro quiere relatar algo de la historia y mucho de las características de estos disfraces arquitectónicos, y no tanto –o no sólo– en relación con el éxito que obtuvieron en la representación real de la ciudad, sino, sobre todo, en lo que tenían de altamente intencionado para conducir la configuración de algunas de las mejores arquitecturas británicas al haber ocupado la conciencia de promotores y arquitectos.

No es, pues, éste, un libro sistemático acerca de Londres, ni es tampoco un escrito que se proponga elogiar de continuo esta magnífica ciudad. Quien busque estas dos cosas, o alguna de ellas, debería acudir a estudios de otro tipo, como fue el del conocido libro del profesor Rasmunssen. Quien esto escribe admira con intensidad a la gran capital británica, como este libro prueba sobradamente, y en la observación de la misma y en el estudio de su cultura arquitectónica ha gastado muchas horas de gozosa atención.

Pero no aspira ni a establecer mitificación alguna ni a lograr descripciones de carácter, digamos, «científico». Tan sólo a realizar una interpretación que se pretende interesante y lúcida para el objetivo de entender mejor –de entender algo más– la admiración y la intriga con que la ciudad se nos ofrece cuando la visitamos, o cuando vivimos en ella.

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