En: Cuadernos de Arquitectura, n. 21 (1955), p. 17-21
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/ Arquitectura – Siglo XX - Cataluña / Barcelona / Exposición Internacional de Barcelona (1929-1930) / Exposiciones – Construcciones / Ludwig Mies Van der Rohe
TEXTO COMPLETO | RACO
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(…) Pero hay algo infinitamente superior a toda la Exposición. El pabellón de Alemania, obra de Ludwig Mies Van der Rohe, en aquel momento caló ya muy hondo en el público inteligente. Pero ahora, a los veinticinco años, está quedando, no sólo como el único recuerdo importante de la Exposición del 29, sino como una de las obras fundamentales de este siglo.
El edificio es una composición maravillosa de rectángulos verticales y horizontales, valorando colores y calidades y materiales. He aquí un Mondrian perfecto en tres dimensiones.
El techo es una placa rectangular sostenida por ocho pies derechos de acero brillante de sección en X. Las paredes son simples láminas rectangulares que articulan el espacio sin cerrarlo nunca. Interior y exterior se funden, se entrecruzan en cada recodo. El pavimento de la entrada es un gran rectángulo de travertino sobre el que se recorta otro rectángulo de agua. El muro de fondo y el banco son también grandes piezas de travertino. Los muros que cierran el pequeño recinto abierto del estanque son de mármol verde. La escultura de Georg Kolbe, blanca. En el interior se suceden la doble placa luminosa de cristal, la lámina de ónix, la pantalla de cristal verde transparente. Planos verticales y horizontales, rectángulos en una rígida composición, continuidad del espacio. Con unos medios tan rígidos, en un purismo tan cerrado, no puede hallarse una expresión poética más apasionada. He aquí la alucinante poesía de la arquitectura más fríamente racionalista.
El edificio es una composición maravillosa de rectángulos verticales y horizontales, valorando colores y calidades y materiales. He aquí un Mondrian perfecto en tres dimensiones.
El techo es una placa rectangular sostenida por ocho pies derechos de acero brillante de sección en X. Las paredes son simples láminas rectangulares que articulan el espacio sin cerrarlo nunca. Interior y exterior se funden, se entrecruzan en cada recodo. El pavimento de la entrada es un gran rectángulo de travertino sobre el que se recorta otro rectángulo de agua. El muro de fondo y el banco son también grandes piezas de travertino. Los muros que cierran el pequeño recinto abierto del estanque son de mármol verde. La escultura de Georg Kolbe, blanca. En el interior se suceden la doble placa luminosa de cristal, la lámina de ónix, la pantalla de cristal verde transparente. Planos verticales y horizontales, rectángulos en una rígida composición, continuidad del espacio. Con unos medios tan rígidos, en un purismo tan cerrado, no puede hallarse una expresión poética más apasionada. He aquí la alucinante poesía de la arquitectura más fríamente racionalista.
Cuando hay creatividad, la genialidad se puede conseguir con algo tan simple como una composición de rectángulos.
ResponderEliminarGracias por el comentario. Saludos,
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