Arquitectura Viva, Madrid : 2014
245 p. : fot., planos
Ed. bilingüe español e inglés
En : AV : monografías = monographs, n. 165-166 (2014)
ISBN 9788461694693
Arquitectura -- Siglo XXI -- España.
Sbc Aprendizaje A-72(082) *AVM/165-166
http://millennium.ehu.es/record=b1797944~S1*spi
El optimismo de la voluntad / Luis Fernández-Galiano
Este Anuario apareció por primera en 1993 en forma
de libro, y desde 1994 como un número doble de AV. Mis presentaciones se
publicaron también en el simultáneo Anuario del diario El País (hasta que dejó
de editarse el año pasado), y la mera secuencia de sus títulos ofrece una
crónica abreviada de estas dos décadas. La última del siglo XX se presentó con
sabor agridulce, a tono con los vaivenes económicos y emocionales —annus mirabilis,
annus horribilis— del emblemático 92: ‘Amenes filipinos’, ‘Tres fiestas y un funeral’,
‘Estaciones de tránsito’, ‘Vísperas europeas’, ‘Memorias y mudanzas’ o ‘La
globalización y sus descontentos’ condujeron al ‘Bienvenidos al último
espectáculo’ que daba cuenta del año 2000. Pero a partir de entonces los tonos
han sido uniformemente sombríos, y tras el inevitable ‘Tristes torres’ de 2001,
‘El planeta negro’, ‘Gestos de fuerza’, ‘Líneas de fractura’, ‘Un tiempo
convulso’ y ‘El globo sin gobierno’ registraron las crisis bélicas y ecológicas
de los primeros años del siglo XXI con ánimo desesperanzado. En vísperas de los
Juegos Olímpicos de Pekín, ‘El alba de Asia’ de 2007 introducía un elemento
luminoso, pero la crisis abierta por el colapso de Lehman oscurecería los años
siguientes: ‘Un sismo en el sistema’, ‘Llega el frío’, ‘Días de penitencia’, ‘El
precipicio y la protesta’ y ‘Naciones en naufragio’ documentan un lustro
testarudamente ominoso. Tras esa larga retahíla de textos teñidos por el
gramsciano ‘pesimismo de la inteligencia’, quizá ha llegado la hora de tejer el
relato con algunas hebras de ‘optimismo de la voluntad’.
El año 2013 ha sido prolijo en conflictos tan atroces como la guerra civil en Siria, y en catástrofes tan trágicas como el tifón Haiyan en Filipinas, pero también se presta a una crónica en clave esperanzada. La creciente autonomía energética que el “fracking” otorga a Estados Unidos ha debilitado sus vínculos con Arabia Saudí, facilitando el acuerdo sobre el programa nuclear de Irán y abriendo mejores perspectivas en el avispero de Oriente Medio, estímulo último en el avance de un fundamentalismo islámico que Francia frenó militarmente en el Magreb con su decisiva intervención en Mali. Las revueltas populares en Estambul, São Paulo, El Cairo o Kiev hicieron oír demandas sociales o políticas a unas élites incapaces de repartir mejor los frutos de la prosperidad emergente, y enredadas en unas tramas de espionaje mutuo y de sus poblaciones que —en la estela de WikiLeaks— las revelaciones de Edward Snowden contribuyeron a cartografiar, mostrando la importancia de las masas ingentes de datos que manejan las grandes empresas informáticas: Big Data está aquí para quedarse. En el terreno de los nombres propios, la insólita abdicación de un Papa dio la tiara a un jesuita latinoamericano comprometido con causas sociales, y la aparición en la escena del Papa Francisco es tan bienvenida como la desaparición de la misma de Berlusconi, que coincidió en el tiempo con la reelección de la todopoderosa Merkel. Y en España, los escándalos que han deteriorado el prestigio de las instituciones, las cada vez más ásperas tensiones secesionistas y sucesos como el trágico accidente del AVE o el fracaso de la candidatura olímpica de Madrid se contraponen a los primeros signos de recuperación económica y al clamor vigoroso por la regeneración política, promovida por un cúmulo de movimientos y organizaciones.
Para la arquitectura, atenta siempre al rumor del mercado inmobiliario, el año español quedó marcado por el saneamiento del ladrillo en los balances de las instituciones de crédito a través de un ‘banco malo’, el retorno de la inversión internacional aprovechando la caída de los precios —la norteamericana Hyatt compró la barcelonesa torre Agbar para transformarla en hotel, y el fondo soberano de Abu Dabi, la madrileña torre Foster, que será ocupada por la petrolera Cepsa—, y la evaporación de las expectativas creadas por la apuesta olímpica y la instalación de un gran complejo de ocio, Eurovegas; todo ello en el contexto de un sector de la construcción todavía exánime y un cúmulo de publicidad negativa para la profesión, que hizo de Santiago Calatrava el chivo expiatorio de los años alocados de la burbuja. Pero la crisis ha tenido también el efecto de estimular la internacionalización de los estudios grandes y pequeños, promover la emigración cualificada de técnicos y profesores, y difundir en las nuevas generaciones un espíritu austero y solidario que es sin duda el fundamento sobre el que habrá de levantarse la recuperación. El rechazo del despilfarro que se asocia a la arquitectura emblemática es hoy muy vivo en España y fuera de ella, por más que ésta aún prospere en el Golfo, en las repúblicas exsoviéticas y en China, o que incluso Tokio haya elegido un escultórico estadio de Zaha Hadid como icono de sus Juegos en 2020.
Grandes obras culturales como la de la propia Hadid en Bakú, o la de Coop Himmelb en la ciudad china de Dalián pertenecen inevitablemente a la crónica del año, al igual que el complejo residencial de Steven Holl en otra ciudad china, Chengdu, o el colosal conjunto De Rotterdam de OMA, que simultáneamente completó la Bolsa de Shenzhen; pero también deben inscribirse en ella aeropuertos tan sobriamente tecnológicos como el de Fuksas en la misma ciudad china de Shenzhen o el de Foster en Ammán; así como museos de sofisticada elegancia como el PAMM de Herzog & de Meuron en Miami o el MuCEM de Ricciotti en Marsella; inteligentemente insertos en lo existente como el de BIG en los muelles de Copenhague o el despojado Palais de Tokyo de Lacaton y Vassal en París; o bien tan ricos en referencias lacónicas a la arquitectura del siglo XX como el Jumex de Chipperfield en México o la ampliación del Menil en Fort Worth, ejecutado por Renzo Piano con admirable deferencia al emocionante museo de Louis Kahn. En España, por su parte, completaron obras notables los veteranos Manuel Gallego en Santiago de Compostela y Gerardo Ayala en Madrid, además de Rafael de La-Hoz en la misma ciudad, Paredes y Pedrosa en Ceuta o RCR en Olot; pero ningún registro puede omitir ya los proyectos exteriores, y entre ellos deben al menos mencionarse los de Antón García-Abril en Ciudad de México y Eduardo Arroyo en Viena, dos obras singulares de arquitectos con vocación experimental.
En el capítulo de distinciones, muestras y efemérides, España celebró los centenarios coincidentes de Alejandro de la Sota, Miguel Fisac, José Antonio Coderch, Antonio Bonet y el todavía con nosotros Rafael Aburto; el mundo los de Georges Candilis, Constantinos Doxiadis, Amancio Williams, Mario Roberto Álvarez y Kenzo Tange; y los 50 años de la Philharmonie berlinesa o los 40 de la Ópera de Sídney coincidieron con los 20 transcurridos desde la terminación del Carré d’Art en Nîmes, que Foster señaló comisariando una gran exposición de arte que ocupó la totalidad del edificio. Renzo Piano fue nombrado Senador vitalicio de Italia, y otros arquitectos recibieron los premios más codiciados: Toyo Ito el Pritzker, David Chipperfield el Imperiale, Peter Zumthor el oro del RIBA, y Thom Mayne el del AIA; mientras el Wolf recayó en Souto de Moura, el Tessenow en Campo Baeza y el conservador Driehaus en Thomas Beeby. Y otras tantas obras fueron distinguidas: el Harpa de Larsen y Eliasson en Reikiavik con el Mies, el Astley Castle de Witherford Watson Mann con el Stirling, el Centro megalítico de Toni Gironès con el FAD, y el Rijksmuseum de Cruz y Ortiz con el Premio de Arquitectura Española Internacional, que se otorgó por primera vez, y cuya ceremonia se celebró en el Palacio del Senado bajo la presidencia del príncipe Felipe, que quiso así manifestar su apoyo a una profesión atribulada. Y ya por último, el año que vio desaparecer a Hugo Chávez, Margaret Thatcher y Nelson Mandela tuvo también que lamentar la muerte de arquitectos como Paolo Soleri, Clorindo Testa, Pedro Ramírez Vázquez, Javier Carvajal, Henning Larsen, Fray Coello de Portugal o Christian de Groote, críticos como Ada Louise Huxtable, Roberto Segre o Ulrich Conrads, y fotógrafos como Baltazhar Korab o Yukio Futagawa, y no es retórico concluir asegurando que sobreviven en sus obras, sus escritos y sus imágenes.
El año 2013 ha sido prolijo en conflictos tan atroces como la guerra civil en Siria, y en catástrofes tan trágicas como el tifón Haiyan en Filipinas, pero también se presta a una crónica en clave esperanzada. La creciente autonomía energética que el “fracking” otorga a Estados Unidos ha debilitado sus vínculos con Arabia Saudí, facilitando el acuerdo sobre el programa nuclear de Irán y abriendo mejores perspectivas en el avispero de Oriente Medio, estímulo último en el avance de un fundamentalismo islámico que Francia frenó militarmente en el Magreb con su decisiva intervención en Mali. Las revueltas populares en Estambul, São Paulo, El Cairo o Kiev hicieron oír demandas sociales o políticas a unas élites incapaces de repartir mejor los frutos de la prosperidad emergente, y enredadas en unas tramas de espionaje mutuo y de sus poblaciones que —en la estela de WikiLeaks— las revelaciones de Edward Snowden contribuyeron a cartografiar, mostrando la importancia de las masas ingentes de datos que manejan las grandes empresas informáticas: Big Data está aquí para quedarse. En el terreno de los nombres propios, la insólita abdicación de un Papa dio la tiara a un jesuita latinoamericano comprometido con causas sociales, y la aparición en la escena del Papa Francisco es tan bienvenida como la desaparición de la misma de Berlusconi, que coincidió en el tiempo con la reelección de la todopoderosa Merkel. Y en España, los escándalos que han deteriorado el prestigio de las instituciones, las cada vez más ásperas tensiones secesionistas y sucesos como el trágico accidente del AVE o el fracaso de la candidatura olímpica de Madrid se contraponen a los primeros signos de recuperación económica y al clamor vigoroso por la regeneración política, promovida por un cúmulo de movimientos y organizaciones.
Para la arquitectura, atenta siempre al rumor del mercado inmobiliario, el año español quedó marcado por el saneamiento del ladrillo en los balances de las instituciones de crédito a través de un ‘banco malo’, el retorno de la inversión internacional aprovechando la caída de los precios —la norteamericana Hyatt compró la barcelonesa torre Agbar para transformarla en hotel, y el fondo soberano de Abu Dabi, la madrileña torre Foster, que será ocupada por la petrolera Cepsa—, y la evaporación de las expectativas creadas por la apuesta olímpica y la instalación de un gran complejo de ocio, Eurovegas; todo ello en el contexto de un sector de la construcción todavía exánime y un cúmulo de publicidad negativa para la profesión, que hizo de Santiago Calatrava el chivo expiatorio de los años alocados de la burbuja. Pero la crisis ha tenido también el efecto de estimular la internacionalización de los estudios grandes y pequeños, promover la emigración cualificada de técnicos y profesores, y difundir en las nuevas generaciones un espíritu austero y solidario que es sin duda el fundamento sobre el que habrá de levantarse la recuperación. El rechazo del despilfarro que se asocia a la arquitectura emblemática es hoy muy vivo en España y fuera de ella, por más que ésta aún prospere en el Golfo, en las repúblicas exsoviéticas y en China, o que incluso Tokio haya elegido un escultórico estadio de Zaha Hadid como icono de sus Juegos en 2020.
Grandes obras culturales como la de la propia Hadid en Bakú, o la de Coop Himmelb en la ciudad china de Dalián pertenecen inevitablemente a la crónica del año, al igual que el complejo residencial de Steven Holl en otra ciudad china, Chengdu, o el colosal conjunto De Rotterdam de OMA, que simultáneamente completó la Bolsa de Shenzhen; pero también deben inscribirse en ella aeropuertos tan sobriamente tecnológicos como el de Fuksas en la misma ciudad china de Shenzhen o el de Foster en Ammán; así como museos de sofisticada elegancia como el PAMM de Herzog & de Meuron en Miami o el MuCEM de Ricciotti en Marsella; inteligentemente insertos en lo existente como el de BIG en los muelles de Copenhague o el despojado Palais de Tokyo de Lacaton y Vassal en París; o bien tan ricos en referencias lacónicas a la arquitectura del siglo XX como el Jumex de Chipperfield en México o la ampliación del Menil en Fort Worth, ejecutado por Renzo Piano con admirable deferencia al emocionante museo de Louis Kahn. En España, por su parte, completaron obras notables los veteranos Manuel Gallego en Santiago de Compostela y Gerardo Ayala en Madrid, además de Rafael de La-Hoz en la misma ciudad, Paredes y Pedrosa en Ceuta o RCR en Olot; pero ningún registro puede omitir ya los proyectos exteriores, y entre ellos deben al menos mencionarse los de Antón García-Abril en Ciudad de México y Eduardo Arroyo en Viena, dos obras singulares de arquitectos con vocación experimental.
En el capítulo de distinciones, muestras y efemérides, España celebró los centenarios coincidentes de Alejandro de la Sota, Miguel Fisac, José Antonio Coderch, Antonio Bonet y el todavía con nosotros Rafael Aburto; el mundo los de Georges Candilis, Constantinos Doxiadis, Amancio Williams, Mario Roberto Álvarez y Kenzo Tange; y los 50 años de la Philharmonie berlinesa o los 40 de la Ópera de Sídney coincidieron con los 20 transcurridos desde la terminación del Carré d’Art en Nîmes, que Foster señaló comisariando una gran exposición de arte que ocupó la totalidad del edificio. Renzo Piano fue nombrado Senador vitalicio de Italia, y otros arquitectos recibieron los premios más codiciados: Toyo Ito el Pritzker, David Chipperfield el Imperiale, Peter Zumthor el oro del RIBA, y Thom Mayne el del AIA; mientras el Wolf recayó en Souto de Moura, el Tessenow en Campo Baeza y el conservador Driehaus en Thomas Beeby. Y otras tantas obras fueron distinguidas: el Harpa de Larsen y Eliasson en Reikiavik con el Mies, el Astley Castle de Witherford Watson Mann con el Stirling, el Centro megalítico de Toni Gironès con el FAD, y el Rijksmuseum de Cruz y Ortiz con el Premio de Arquitectura Española Internacional, que se otorgó por primera vez, y cuya ceremonia se celebró en el Palacio del Senado bajo la presidencia del príncipe Felipe, que quiso así manifestar su apoyo a una profesión atribulada. Y ya por último, el año que vio desaparecer a Hugo Chávez, Margaret Thatcher y Nelson Mandela tuvo también que lamentar la muerte de arquitectos como Paolo Soleri, Clorindo Testa, Pedro Ramírez Vázquez, Javier Carvajal, Henning Larsen, Fray Coello de Portugal o Christian de Groote, críticos como Ada Louise Huxtable, Roberto Segre o Ulrich Conrads, y fotógrafos como Baltazhar Korab o Yukio Futagawa, y no es retórico concluir asegurando que sobreviven en sus obras, sus escritos y sus imágenes.