España 2011 : Spain yearbook / Luis Fernández-Galiano... [et
al.]
Arquitectura Viva, Madrid : 2011
227 p. : il.
Ed. bilingüe español - inglés
En: "AV : monografías = monographs" N. 147-148
(2011)
Materias:
Biblioteca Sbc Aprendizaje A-72(082) *AVM/147-148
Días de penitencia
Luis Fernández-Galiano
La Gran Recesión ha generado en Occidente una economía del miedo y
una cultura de la contrición. Impulsada o impuesta por la crisis, una nueva
austeridad impregna los presupuestos públicos y las preocupaciones privadas.
El arrepentimiento por los excesos y el propósito de enmienda gobiernan el
discurso político y la reflexión intelectual, abriendo el paso a un
tiempo de penitencia y pentimento. En Europa, la crisis de la deuda soberana
que provocó los rescates de Grecia e Irlanda forzó también
a un viraje en España, donde se impulsaron reformas económicas y recortes
sociales que vertieron aceite sobre el agua agitada de los mercados, pero no alteraron
las cifras del paro o el desprestigio creciente de las élites. Ante el desánimo
de la ciudadanía y el marasmo inmobiliario, los arquitectos intentaron aprovechar
la crisis para una cura de adelgazamiento material y una cura de depuración
espiritual, regresando a los principios básicos de una disciplina que siempre
se ha propuesto hacer más por menos, suministrando bienestar y belleza con
medios técnicos y económicos limitados.
Pero el clima penitencial y atribulado de una Europa cada vez con menor peso e influencia internacional o de unos Estados Unidos que ven su liderazgo militar y político amenazado por sus disfunciones institucionales y económicas no se dio en el resto del mundo. China, que sustituyó a Japón como segunda potencia del planeta, celebró su auge con la apertura en Shanghai de la mayor expo de la historia, donde por cierto brillaron las púas del pabellón británico (Thomas Heatherwick) y los mimbres del español (Benedetta Tagliabue). Brasil, donde Dilma Rousseff reemplazó a Lula en la presidencia, avanzó en la preparación del Mundial de Fútbol de 2014 y los Juegos Olímpicos de 2016 en Río, mientras a través del centenario Óscar Niemeyer exportaba arquitecturas emblemáticas a ciudades como Avilés, donde se inauguró un centro que representa la voluntad de regeneración de una región deprimida. Sudáfrica, cuya transición política hizo de Nelson Mandela un icono global, mostró su vigor económico organizando el primer Mundial que se realiza en ese continente, con la victoria de una selección española que dio a su país una de las pocas alegrías del año. Y el Golfo, impulsado por las rentas petroleras, obtuvo para Qatar la sede de un Mundial en 2022 que implicará la construcción de un apretado conjunto de grandes estadios que se suman a las obras culturales y museos de autor proyectados en la zona por Norman Foster, Jean Nouvel, Rem Koolhaas, Zaha Hadid, Herzog & de Meuron y un largo etcétera.
Frente al ascenso de Occidente —analizado en un libro clásico, The Rise of the West— asistimos hoy a lo que se ha denominado 'the rise of the rest', el ascenso de todos los demás, y esta mutación histórica se expresa también en el diferente talante arquitectónico en las economías maduras y las emergentes. Mientras Europa y Estados Unidos predican la austeridad y admiran experiencias como las de Alejandro Aravena en Chile o las de Diébédo Francis Kéré en Burkina Faso, realizadas en contextos de escasez, una actitud de la que pueden dar testimonio el congreso internacional realizado en Pamplona bajo el lema 'más por menos' —el mismo que puso en circulación Buckminster Fuller, objeto de una muestra monográfica en Madrid— o la exposición organizada por el MoMA neoyorquino con el título 'Pequeña escala, grandes cambios', Asia y el Golfo continúan siendo escenarios de un proceso de creación urbana y promoción arquitectónica sin límites en la escala y sin precedentes en el tiempo. Algo parecido cabría señalar en el terreno de la sostenibilidad, promovida a ambos lados del Atlántico con iniciativas pedagógicas y publicitarias como el Solar Decathlon —iniciado en Washington y celebrado a partir de 2010 en años alternos en Madrid, bajo los auspicios del Departamento de Energía de Estados Unidos y el gobierno español—, y entendida en Asia como un nuevo sector económico de fabricación de paneles y colectores solares en el que China aspira al liderazgo, o bien minusvalorada en un Golfo que puede simultáneamente acoger experimentos de urbanismo ecológico como la ciudad Masdar de Foster en Abu Dhabi y encargar al mismo arquitecto un estadio con aire acondicionado para jugar la final del Mundial de Qatar.
Este pequeño y extraordinariamente rico país del Golfo, que por cierto batió récord de patrocinios deportivos con su adquisición millonaria de los derechos sobre la camiseta del Barça, fue también testigo del mayor éxito internacional de la arquitectura española en el año, la concesión del prestigioso premio Aga Khan al Museo Madinat al-Zahra de Fuensanta Nieto y Enrique Sobejano, que recibieron el galardón en una ceremonia celebrada en Doha. El Pritzker recayó en los japoneses Kazuyo Sejima y Ryue Nishizawa, a los que se entregó el premio en la neoyorquina Ellis Island, mientras en Europa inauguraban el oníricamente alabeado Centro Rolex en Lausana, y Sejima abría como comisaria una delicada y artística Bienal de Arquitectura de Venecia que premió a Koolhaas con el León de Oro y en la que jóvenes españoles como Antón García-Abril, Andrés Jaque, Selgas Cano o Cero9 tuvieron una presencia destacada. Este capítulo de premios debe también mencionar a Toyo Ito por el Imperiale, a Ieoh Ming Pei por el Oro del RIBA, a Peter Eisenman y David Chipperfield por el Wolf, a Kéré por el Swiss Award, a Manuel Gallego por el Oro español y a Lluís Clotet por el Nacional de Arquitectura, sin olvidar a Rafael Manzano, primer español en recibir el conservador Driehaus, el mismo año en que el Papa inauguró en Barcelona la basílica de la Sagrada Familia, una obra del ya beato Gaudí cuya finalización despierta una polémica que dura ya décadas.
En el ámbito internacional se completaron obras tan notorias como la magistral VitraHaus de Herzog & de Meuron en Weil am Rhein o el insólito garaje de los mismos arquitectos en Miami, una obra de europeos en EE UU lo mismo que el museo de Renzo Piano en Los Ángeles, los laboratorios de Rafael Moneo para la Universidad de Columbia, y los edificios de Foster o Nouvel en la misma Nueva York, donde también inauguraron obras los norteamericanos Frank Gehry, Thom Mayne, Steven Holl o Diller Scofidio, que firmaron con Renfro y James Corner el primer tramo de la encomiable High Line, una intervención paisajística en el corazón de la metrópoli. Con acogida crítica dividida, el japonés Shigeru Ban terminó el Pompidou de Metz, y la anglo-iraquí Zaha Hadid, la ópera de Guangzhou; más unánime fue la recepción del conjunto de realizaciones que están transformando el entorno social de ciudades colombianas como Medellín y Bogotá, cuyos exalcaldes, por cierto, compitieron en tándem —sin éxito— por la presidencia del país, en un año marcado festivamente en América Latina por la celebración del bicentenario de la independencia en varios países y ominosamente por el trágico terremoto de Haití, que dejó tras de sí centenares de miles de víctimas y una devastación inimaginable, muy superior a la sufrida en Chile tras otro sismo, de intensidad superior en la escala de Richter, seguido por un tsunami. Más cerca de nosotros, se inauguraron parcialmente grandes obras como la Ciudad de la Cultura de Eisenman en Santiago, la ampliación por Moneo de la Estación de Atocha —de la que parte la alta velocidad que ya comunica Madrid con Valencia— o el Museo de la Evolución Humana de Navarro Baldeweg en Burgos, y se completaron edificios como las bodegas Faustino de Foster en Ribera del Duero, el hotel-restaurante Atrio de Mansilla y Tuñón en Cáceres, el teatro de Enrique Krahe en Zafra, las viviendas de Coll y Leclerc en Pardinyes, el museo de Sancho Madridejos en Alicante, el puente peatonal de RCR en Ripoll o la renovación de la barcelonesa Fundación Tàpies por Ábalos y Sentkiewicz.
El año, por último, obligó a lamentar las desapariciones de arquitectos tan significativos como Raimund Abraham, Bruce Graham y Günter Behnisch, del teórico William Mitchell, el coleccionista y patrón Ernst Beyeler o el matemático Benoît Mandelbrot, cuyos fractales fueron tan influyentes en el campo del diseño; y en España, las de los veteranos José Antonio Corrales, Joaquín Vaquero Turcios y José Luis Picardo, y las tristemente prematuras de Bet Figueras, Carlos Asensio y Sigfrido Martín Begué. Al hacer balance, es posible que lo más significativo del ejercicio no haya estado tanto en el terreno material de los movimientos demográficos, los flujos productivos o la construcción urbana, sino en la arquitectura inmaterial de las redes sociales. A la hora de elegir la persona del año, la revista Time dudó entre Julian Assange o Mark Zuckerberg; los lectores eligieron al impulsor de Wikileaks, que con sus filtraciones de documentos diplomáticos ha creado terremotos geopolíticos, pero los redactores se decidieron al fin por el creador de Facebook, ejemplo paradigmático de unas redes sociales que están transformando nuestro mundo comunicativo y simbólico, pero también a la larga modificando irreversiblemente nuestro entorno físico.
Pero el clima penitencial y atribulado de una Europa cada vez con menor peso e influencia internacional o de unos Estados Unidos que ven su liderazgo militar y político amenazado por sus disfunciones institucionales y económicas no se dio en el resto del mundo. China, que sustituyó a Japón como segunda potencia del planeta, celebró su auge con la apertura en Shanghai de la mayor expo de la historia, donde por cierto brillaron las púas del pabellón británico (Thomas Heatherwick) y los mimbres del español (Benedetta Tagliabue). Brasil, donde Dilma Rousseff reemplazó a Lula en la presidencia, avanzó en la preparación del Mundial de Fútbol de 2014 y los Juegos Olímpicos de 2016 en Río, mientras a través del centenario Óscar Niemeyer exportaba arquitecturas emblemáticas a ciudades como Avilés, donde se inauguró un centro que representa la voluntad de regeneración de una región deprimida. Sudáfrica, cuya transición política hizo de Nelson Mandela un icono global, mostró su vigor económico organizando el primer Mundial que se realiza en ese continente, con la victoria de una selección española que dio a su país una de las pocas alegrías del año. Y el Golfo, impulsado por las rentas petroleras, obtuvo para Qatar la sede de un Mundial en 2022 que implicará la construcción de un apretado conjunto de grandes estadios que se suman a las obras culturales y museos de autor proyectados en la zona por Norman Foster, Jean Nouvel, Rem Koolhaas, Zaha Hadid, Herzog & de Meuron y un largo etcétera.
Frente al ascenso de Occidente —analizado en un libro clásico, The Rise of the West— asistimos hoy a lo que se ha denominado 'the rise of the rest', el ascenso de todos los demás, y esta mutación histórica se expresa también en el diferente talante arquitectónico en las economías maduras y las emergentes. Mientras Europa y Estados Unidos predican la austeridad y admiran experiencias como las de Alejandro Aravena en Chile o las de Diébédo Francis Kéré en Burkina Faso, realizadas en contextos de escasez, una actitud de la que pueden dar testimonio el congreso internacional realizado en Pamplona bajo el lema 'más por menos' —el mismo que puso en circulación Buckminster Fuller, objeto de una muestra monográfica en Madrid— o la exposición organizada por el MoMA neoyorquino con el título 'Pequeña escala, grandes cambios', Asia y el Golfo continúan siendo escenarios de un proceso de creación urbana y promoción arquitectónica sin límites en la escala y sin precedentes en el tiempo. Algo parecido cabría señalar en el terreno de la sostenibilidad, promovida a ambos lados del Atlántico con iniciativas pedagógicas y publicitarias como el Solar Decathlon —iniciado en Washington y celebrado a partir de 2010 en años alternos en Madrid, bajo los auspicios del Departamento de Energía de Estados Unidos y el gobierno español—, y entendida en Asia como un nuevo sector económico de fabricación de paneles y colectores solares en el que China aspira al liderazgo, o bien minusvalorada en un Golfo que puede simultáneamente acoger experimentos de urbanismo ecológico como la ciudad Masdar de Foster en Abu Dhabi y encargar al mismo arquitecto un estadio con aire acondicionado para jugar la final del Mundial de Qatar.
Este pequeño y extraordinariamente rico país del Golfo, que por cierto batió récord de patrocinios deportivos con su adquisición millonaria de los derechos sobre la camiseta del Barça, fue también testigo del mayor éxito internacional de la arquitectura española en el año, la concesión del prestigioso premio Aga Khan al Museo Madinat al-Zahra de Fuensanta Nieto y Enrique Sobejano, que recibieron el galardón en una ceremonia celebrada en Doha. El Pritzker recayó en los japoneses Kazuyo Sejima y Ryue Nishizawa, a los que se entregó el premio en la neoyorquina Ellis Island, mientras en Europa inauguraban el oníricamente alabeado Centro Rolex en Lausana, y Sejima abría como comisaria una delicada y artística Bienal de Arquitectura de Venecia que premió a Koolhaas con el León de Oro y en la que jóvenes españoles como Antón García-Abril, Andrés Jaque, Selgas Cano o Cero9 tuvieron una presencia destacada. Este capítulo de premios debe también mencionar a Toyo Ito por el Imperiale, a Ieoh Ming Pei por el Oro del RIBA, a Peter Eisenman y David Chipperfield por el Wolf, a Kéré por el Swiss Award, a Manuel Gallego por el Oro español y a Lluís Clotet por el Nacional de Arquitectura, sin olvidar a Rafael Manzano, primer español en recibir el conservador Driehaus, el mismo año en que el Papa inauguró en Barcelona la basílica de la Sagrada Familia, una obra del ya beato Gaudí cuya finalización despierta una polémica que dura ya décadas.
En el ámbito internacional se completaron obras tan notorias como la magistral VitraHaus de Herzog & de Meuron en Weil am Rhein o el insólito garaje de los mismos arquitectos en Miami, una obra de europeos en EE UU lo mismo que el museo de Renzo Piano en Los Ángeles, los laboratorios de Rafael Moneo para la Universidad de Columbia, y los edificios de Foster o Nouvel en la misma Nueva York, donde también inauguraron obras los norteamericanos Frank Gehry, Thom Mayne, Steven Holl o Diller Scofidio, que firmaron con Renfro y James Corner el primer tramo de la encomiable High Line, una intervención paisajística en el corazón de la metrópoli. Con acogida crítica dividida, el japonés Shigeru Ban terminó el Pompidou de Metz, y la anglo-iraquí Zaha Hadid, la ópera de Guangzhou; más unánime fue la recepción del conjunto de realizaciones que están transformando el entorno social de ciudades colombianas como Medellín y Bogotá, cuyos exalcaldes, por cierto, compitieron en tándem —sin éxito— por la presidencia del país, en un año marcado festivamente en América Latina por la celebración del bicentenario de la independencia en varios países y ominosamente por el trágico terremoto de Haití, que dejó tras de sí centenares de miles de víctimas y una devastación inimaginable, muy superior a la sufrida en Chile tras otro sismo, de intensidad superior en la escala de Richter, seguido por un tsunami. Más cerca de nosotros, se inauguraron parcialmente grandes obras como la Ciudad de la Cultura de Eisenman en Santiago, la ampliación por Moneo de la Estación de Atocha —de la que parte la alta velocidad que ya comunica Madrid con Valencia— o el Museo de la Evolución Humana de Navarro Baldeweg en Burgos, y se completaron edificios como las bodegas Faustino de Foster en Ribera del Duero, el hotel-restaurante Atrio de Mansilla y Tuñón en Cáceres, el teatro de Enrique Krahe en Zafra, las viviendas de Coll y Leclerc en Pardinyes, el museo de Sancho Madridejos en Alicante, el puente peatonal de RCR en Ripoll o la renovación de la barcelonesa Fundación Tàpies por Ábalos y Sentkiewicz.
El año, por último, obligó a lamentar las desapariciones de arquitectos tan significativos como Raimund Abraham, Bruce Graham y Günter Behnisch, del teórico William Mitchell, el coleccionista y patrón Ernst Beyeler o el matemático Benoît Mandelbrot, cuyos fractales fueron tan influyentes en el campo del diseño; y en España, las de los veteranos José Antonio Corrales, Joaquín Vaquero Turcios y José Luis Picardo, y las tristemente prematuras de Bet Figueras, Carlos Asensio y Sigfrido Martín Begué. Al hacer balance, es posible que lo más significativo del ejercicio no haya estado tanto en el terreno material de los movimientos demográficos, los flujos productivos o la construcción urbana, sino en la arquitectura inmaterial de las redes sociales. A la hora de elegir la persona del año, la revista Time dudó entre Julian Assange o Mark Zuckerberg; los lectores eligieron al impulsor de Wikileaks, que con sus filtraciones de documentos diplomáticos ha creado terremotos geopolíticos, pero los redactores se decidieron al fin por el creador de Facebook, ejemplo paradigmático de unas redes sociales que están transformando nuestro mundo comunicativo y simbólico, pero también a la larga modificando irreversiblemente nuestro entorno físico.
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