Corea del Norte, utopía de hormigón : arquitectura y
urbanismo al servicio de una ideología / Roger Mateos Miret, Jelena
Prokopljević
Muñoz Moya Editores Extremeños, Brenes : 2012.
274 p. : il.
Colección: Política y Sociedad
ISBN 9788480102353
Materias:
Biblioteca Sbc Aprendizaje A-72.036(519) COR
OPAC Millennium
Construir un escenario urbano monumental, majestuoso, sublime, para el autoproclamado "paraíso socialista" de Corea del Norte. Ésta fue durante más de seis décadas una de las obsesiones de Kim II Sung, el Gran Líder según la jerga oficial, y también de su hijo y sucesor, Kim Jong II. La construcción figuró siempre en su lista de prioridades. Se invirtieron ingentes recursos con el objetivo de transformar el paisaje del país y levantar una capital digna de admiración mundial. Pyongyang representa hoy el mejor escaparate para el régimen más hermético, temido y denostado del planeta. Arrasada por las bombas estadounidenses en la guerra de Corea, la ciudad se refundó a escala gigantesca, ensayando un estilo inequívocamente socialista y, a la vez, genuinamente nacional.
Web del libro
Arquitectura y Urbanismo en Corea del Norte
http://www.nkarchitecture.com/
Facebook del libro
Corea del Norte. Utopía de Hormigón
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Un libro analiza la arquitectura como arma propagandística en Corea del Norte
EFE | ABC, 2012-04-19
"Corea del Norte, utopía de hormigón" (Muñoz Moya
Editores) es el título del primer ensayo publicado fuera de las fronteras
coreanas sobre el uso de la arquitectura como arma propagandística en Corea del
Norte.
La arquitecta Jelena Prokopljevic (Belgrado, 1972) y el
periodista de la Agencia Efe Roger Mateos (Barcelona, 1977) analizan en 274
páginas el papel que juega el monumentalismo arquitectónico en la proyección
que el régimen norcoreano quiere hacer de sí mismo.
A base de descomunales palacios públicos, gigantescos
bloques de viviendas y avenidas de enormes dimensiones, Pyongyang, capital del
autoproclamado "paraíso socialista", intenta irradiar un esplendor
que se contradice con la pésima reputación de un régimen que ahora capitanea
Kim Jong Un, hijo del recientemente fallecido Kim Jong Il.
Precisamente este es uno de los objetivos del arte
arquitectónico en la Corea comunista, según señalan los autores: crear un
escenario urbano a la altura de los ideales utópicos del régimen, un decorado desproporcionado
para uno de los países que más ayuda humanitaria ha recibido desde que en los
años 90 padeció una devastadora hambruna.
A lo largo de sus casi 70 años de historia, el régimen ha
dado máxima prioridad al sector de la construcción, tanto para satisfacer sus
fantasías megalómanas como para ir mejorando el alojamiento de los millones de
personas que vieron arrasadas sus casas en la Guerra de Corea, entre 1950 y
1953.
Prokopljevic y Mateos dividen la monografía en cuatro
bloques: el primero repasa la evolución histórica de la construcción, la
segunda busca las conexiones entre arquitectura y la idea Juche -la versión
coreana del marxismo-leninismo- e investiga el papel que juegan los arquitectos
y el Líder, la tercera parte describe los estilos y las influencias detectadas
y en la cuarta se analizan las obras más relevantes del patrimonio
arquitectónico norcoreano.
Fuente
EFE | ABC, 2012-04-19
La ciudad escenario
La ciudad escenario
La capital de Corea del Norte ha sido levantada con el
'trabajo voluntario' de los ciudadanos. Pyongyang se alza como la gloria de la
única dinastía comunista del mundo.
Anatxu Zabalbeascoa | El País, 2012-10-28
Corea del Norte
es el país más impenetrable del planeta. Su capital, Pyongyang, es casi imposible de visitar, pero tiene el mayor arco de
triunfo del mundo y un hotel que iba a ser el más alto del planeta cuando se
empezó a construir hace más de dos décadas. Aunque solo por fuera, se ha
terminado para celebrar el centenario del nacimiento del Querido Líder Kim
Jong-il. Su vacío interior es un símbolo en una de las ciudades del globo con
menor afluencia de turistas. Con todo, los 24 millones de norcoreanos conocen
bien las construcciones de su país. Ellos mismos han levantado con su trabajo
voluntario muchos de los bloques de viviendas con los que se reconstruyó una
nación arrasada por una guerra fratricida y aislada luego por una dictadura
hereditaria.
Durante medio
siglo, Kim Il-sung y su hijo Kim Jong-il supervisaron el urbanismo de su
nación. Nunca en la historia se había producido una tutela tan estricta de un
mandatario sobre la construcción de un país entero. Así, en las cinco últimas
décadas, los norcoreanos han asumido las ideas de su líder a favor del “bien
común” y reacias a la gloria individual. Se han casado frente a la colosal
estatua del líder y le han quitado diariamente el polvo a su retrato (el único
ornamento permitido en las paredes de las casas). En la única dinastía
comunista del planeta nada quedó al azar. Pero la caída de los países del bloque
socialista, a finales del siglo pasado, cerró la puerta de las ayudas y abrió la de una hambruna que diezmó dramáticamente la población
e incrementó las huidas. Así, la muerte el pasado diciembre de Kim Jong-il ha
despertado de nuevo las apuestas. ¿Cuánto puede durar el aislamiento de 24
millones de personas uniformadas y desnutridas que se vigilan unas a otras?
¿Cómo ha podido construirse el monumental escenario que es la capital de este
“paraíso socialista” en un país pobre?
La arquitecta
serbia Jelena Prokopljevic se hizo esa pregunta. Ella nació en la Yugoslavia de
Tito, un régimen comunista más blando que el norcoreano, y quiso conocer el
“viejo” sistema en funcionamiento. Por eso viajó a Pyongyang con el periodista
catalán Roger Mateos. Ambos han explicado la construcción de esa
ciudad-escenario en el libro Coreadel Norte, utopía de hormigón. La vida en ese país la contó
otra periodista, Barbara Demik, en el volumen QueridoLíder. Vivir en Corea del Norte. La conclusión de ambos
coincide. Y es difícil que no se convierta en una bomba de relojería: la
población, que parece más dispuesta a aguantar que a protestar, ha tenido que
ver morir de hambre a sus familias para cuestionar, temerosa y
clandestinamente, al Querido Líder.
La historia se
remonta a finales de los años cuarenta, cuando el guerrillero Kim Il-sung se
enfrentó a la dominación japonesa y se convirtió en el nuevo mandatario de
Corea del Norte. Durante años consolidó su poder manejando toneladas de
hormigón y librándose del mínimo atisbo de oposición. Fue un líder que empezó
de cero y eso lo hizo creíble ante quienes vieron la reconstrucción de un país
arrasado y ante los que no habían aprendido otra cosa en la escuela.
El Gran Líder
comenzó redistribuyendo tierras y nacionalizando la industria. Stalin era su
modelo, y el arroz de los campesinos agradecidos pagó los primeros edificios
monumentales, por eso en la fachada de la universidad se cincelaron espigas de
arroz. La idea era consolidar Pyongyang como la nueva capital para arrastrar la
revolución hacia el sur, por todo el país. Así, el 25 de junio de 1950, 90.000
soldados norcoreanos lo hicieron. En tres años de guerra murieron 1,5 millones.
También 415.000 surcoreanos y 33.000 norteamericanos. Cuando se firmó el armisticio
se estableció una frontera de cuatro kilómetros de ancho, una zona de seguridad
desmilitarizada que, en realidad, esconde uno de los mayores arsenales del
planeta.
La obsesión por los misiles está en la mente de la familia Kim
desde que, durante su guerra civil, Corea del Norte recibiera 428.400 bombas de
aviones norteamericanos, casi una por habitante. Cuando cesaron los bombardeos,
en el verano de 1953, no quedó rastro de la universidad levantada con el dinero
de los campesinos arroceros, y los pocos supervivientes (un cuarto de la
población) se habían habituado a vivir en túneles bajo tierra. Bajo las
explosiones, en una casa blindada, el propio Kim Il-sung diseñaba la ciudad que
surgiría de las ruinas. “Quería que la capital de la revolución renaciese en un
tiempo récord”, explican Roger Mateos y Jelena Prokopljevic. Hoy, la capital de
Corea del Norte es un escenario monumental. El hormigón ha sustituido al polvo,
pero el Gobierno norcoreano mantiene un ejército de un millón de personas (el
cuarto mayor del mundo). En 2006, el fallecido Kim Jong-il hizo detonar su
primera bomba atómica. Quiso disuadir al Pentágono de intentar derrocar su
régimen por la fuerza. Ingenuos, o iluminados, para abandonar su armamento
nuclear ponen la condición de que Estados Unidos abandone también el suyo.
Así lo declaró
Kim Jong-un el pasado 15 de abril durante su primer discurso televisado. El nieto del antiguo
líder guerrillero Kim Il-sung subió al trono cuando falleció inesperadamente su
padre, Kim Jong-il, el pasado diciembre. Al contrario que el primer dictador,
que adoctrinó y acostumbró a trabajar a su hijo, Kim Jong-il no tuvo tiempo de
formar a su vástago. Se sabe poco de Kim Jong-un, ni siquiera si tiene 28 o 29
años. Pero aun educado en Suiza y trilingüe, mantiene inalterada la voluntad de
no ceder un palmo del terreno conquistado por su abuelo y su padre. La
sensación es que el abuelo construyó y el hijo resistió. Por eso las miradas
están puestas en el nieto.
Desmesura y pulcritud
conviven entre los monumentos de hormigón y las amplias avenidas vacías que
forman Pyongyang, una capital “como de futuro atrapado en el pasado”, explica
Roger Mateos. ¿Cómo puede atesorar semejante fortuna arquitectónica uno de los
países que más ayuda humanitaria recibió durante los noventa cuando millones de
personas murieron de desnutrición? Esa pregunta les llevó a él y a Prokopljevic
a escribir. Mateos ya había publicado El país del presidente eterno y,
obsesionado con la idea de la dinastía Kim de “construir el escenario perfecto
para la sociedad perfecta”, decidió analizar la arquitectura del país más
enigmático del planeta.
Si entrar en
Pyongyang es complicado, moverse sin un “ayudante norcoreano” es imposible.
Barbara Demick, durante años corresponsal de Los Angeles Times en
Seúl, describe su última visita con chicas fingiendo leer libros por la calle y
un grupo de soldados pulcramente uniformados que llevan flores a la estatua de
Kim Il-sung. “Uno tarda un rato en percibir lo anómalo. Cuando los soldados se
inclinaron con reverencia, vimos que no llevaban calcetines”, detalla. “Para
quedarte boquiabierto en Corea del Norte basta con que te muestren aquello que
quieren enseñar: la absoluta idolatría hacia los líderes, el adoctrinamiento
permanente de las masas, la omnipresente propaganda política y la magnitud de
las construcciones en Pyongyang”, sostiene Mateos, que viajó acompañado del
tarraconense Alejandro Cao de Benós, único delegado especial del Gobierno
norcoreano que no ha nacido allí.
Para convertir
Pyongyang en una ciudad majestuosa, brigadas infantiles recogieron ladrillos
entre las ruinas. Los métodos de prefabricación soviéticos ayudaron a construir
con rapidez. También la amistad con China facilitó transferencias tecnológicas,
envío de alimentos, subvenciones, créditos y hasta la cancelación de deudas.
Mateos y Prokopljevic cuentan que la República Democrática Alemana aportó el 1%
de su PIB durante una década y envió al hijo del primer ministro Otto Grotewohl
a formar a los constructores. Todos los hermanos de la familia comunista
mundial colaboraron hasta que algunos comenzaron a mostrar signos de apertura.
Kim II-sung hizo
demoler bloques de viviendas levantados con el trabajo voluntario (un mínimo de
tres horas al día) de los ciudadanos para criticar el aperturismo de Jruschov
cuando este puso en duda el costoso monumentalismo estalinista. Lo hizo
personalmente. Se presentó en un edificio y denunció el frío que pasaban los
inquilinos. “No se pueden aplicar mecánicamente métodos de otros países”,
denunció. Y buscó un estilo Ju-che, genuinamente coreano, inequívocamente
socialista e inexportable. Lo Ju-che –que defiende que el hombre debe confiar
en sí mismo– se convirtió en una formidable máquina propagandística para un
país que obligó a su población a levantarse inventando una capital.
“A Choe Jae Ha,
un obrero de la construcción, ascendido a primer ministro, se le atribuye el
milagro de haber completado 20.839 pisos con los materiales para 7.000
viviendas en el año 1958”, explican Mateos y Prokopljevic. Kim Jong-il, el hijo
del dictador, describió en el manual El arte arquitectónico la función
agitadora de la arquitectura: cómo aplicar la escenográfica para estimular la
furia revolucionaria en la gente. El objetivo era “dar a conocer la
superioridad y el poderío invencible del régimen socialista, infundir orgullo y
dignidad nacional y ayudar en la educación en la infinita fidelidad al partido,
al líder y a la patria socialista”. El exhibicionismo constructivo ciertamente
movilizó a las masas, convirtiéndolas en obreros, pero dedicó sus principales
obras a la glorificación de su líder.
Algunos
recuerdan a Kim Jong-il recogiendo ladrillos. Tal vez por eso obligaba a los
intelectuales a oxigenarse con pico y pala. El trabajo forzado era la manera de
reeducar a los díscolos. El arquitecto modélico debía tener desinterés por la
fama: su nombre jamás aparecería como autor. “Se busca el bien común, no la
fama individual”, explica Prokopljevic. Por eso, las actitudes vanidosas se
denuncian. Al igual que sucede en las comunidades de vecinos, en Corea del
Norte también los arquitectos se vigilan, y acusan, unos a otros.
En 1972,
Pyongyang inauguró su primera línea de metro decorada con frescos sobre las
hazañas de Kim Il-sung. Y hasta 1990 se levantaron las mayores obras. Una pista
de patinaje cubierta plagia la catedral que Oscar Niemeyer levantó en Brasilia,
y el restaurante Los Manantiales, que Félix Candela firmó en Xochimilco
(México), renació en el estadio Primero de Mayo de Pyongyang. Las grandes obras
tejieron una ciudad monumental en la que los ciudadanos se morían de hambre.
“El problema alimentario está llevando a la anarquía”, declaró el propio Kim
Jong-il en la universidad que lleva el nombre de su padre en diciembre de 1996.
Y la periodista Barbara Demick lo corrobora: en el mercado de Chongjin, las
mujeres jóvenes organizaron manifestaciones cuando les prohibieron vender:
“Dadnos comida o dejadnos comerciar”. La anarquía que temía Kim Jong-il tiene
que ver con la información, con el creciente número de norcoreanos que logran
atravesar el río Tumen –que separa el país de China– y con la multiplicación
del número de personas que logran la ciudadanía surcoreana (de 71, en 1998, a
3.000 anuales, hoy). Pero, como constató el líder, la fuerza para desobedecer
aumenta con el hambre.
Los informadores
infiltrados en los bloques de viviendas y los vigilantes que pueden entrar en
los pisos por la noche –para comprobar que nadie duerme fuera de su casa–
siguen trabajando. Pero el hambre ha hecho que algunos vigilantes hagan la
vista gorda y compren en el mercado negro el arroz que la ayuda internacional envía a Corea del Norte y monopolizan
unos pocos. Ver morir a la mitad de los niños de desnutrición ha dado rabia y
energía a muchos ciudadanos.
En 1989,
mientras caía el muro de Berlín continuaban las obras en Pyongyang. Kim Jong-il
hizo embalsamar el cuerpo de su padre cuando este murió en 1994, y sustituyó el
calendario gregoriano por el nuevo Juche, que empieza a contar en 1912, año del
nacimiento del Gran Líder, convertido en presidente eterno. Tras tres años de
luto oficial, fue designado secretario del partido en 1997. Del Gran Líder al
Querido Dirigente, y de este al Brillante Camarada, en la tercera generación de
la dinastía Kim, el país que arrasó la guerra es hoy un escenario de aparente
ciencia ficción. Con grandes avenidas desiertas, monumentales construcciones de
hormigón y hoteles de lujo que nadie ocupa tiene el mayor número de monumentos
por habitante que cualquier ciudad del globo. En las agencias de viajes de
Corea del Sur anuncian el destino con una frase reveladora “Pyongyang, visítelo
mientras dura”. Si va a ser el turismo la fuente de ingresos, la bomba de
relojería está en marcha.
La separación entre Norte y Sur sigue siendo un drama en Corea.
Miles de familias quedaron incomunicadas en 1953. Algunos norcoreanos
refugiados en el Sur atestiguan que Kim Il-sung gozó de mucha popularidad. El
efecto del adoctrinamiento desde la cuna ayudó a forjar una sociedad fiel, pero
la tremenda hambruna de los noventa minó la legitimidad de sus sucesores. Con
todo, Roger Mateos y Jelena Prokopljevic creen que la construcción continúa
porque “el régimen la considera fundamental para legitimarse ante sus
ciudadanos y proyectarse al exterior como gran potencia”. Es evidente que deja
de invertirse en otras áreas para destinar recursos a la arquitectura, pero las
inversiones no son inocentes. Fue la compañía egipcia Orascom la que puso el
dinero para terminar la fachada del abandonado rascacielos del hotel Ryugyong. Hoy
es la adjudicataria de la primera red de telefonía móvil en Corea del Norte.
Kim Il-sung, el fundador, repetía
una triple promesa: sopa de arroz y carne, ropa de seda y casas con cubiertas
de tejas. No hay carne, ni seda, ni tejas. Y durante una década no hubo ni
siquiera arroz. Generaciones criadas con la duda y la memoria de esa hambruna
podrían cambiar las cosas. La propia arquitectura revela cambios. El palacio
Kumsusan, un portento de mármoles y columnas para impresionar a los dignatarios
extranjeros donde trabajaba Kim Il-sung, es hoy su mausoleo.
Fuente
Anatxu Zabalbeascoa | El País, 2012-10-28
Publican una obra que analiza el régimen de Corea del Norte y su urbanismo
Ritmos XXI, 2012-04-30
Ritmos XXI, 2012-04-30
Eurasian hub, 2012-04-23
Radio
RNE | Travesías, 2012-06-03
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