La metáfora del cristal en las artes y en la arquitectura / Simon
Marchán Fiz.
Siruela, Madrid : 2008.
Colección: La Biblioteca Azul Serie Mínima ; 19
ISBN 9788498411447
Biblioteca Sbc Aprendizaje A-7.01 MET
Los cristales, en su crecimiento, se asemejan a los seres biológicos
más elementales, como si tendieran un puente entre el mundo mineral y la
materia viviente. El resplandor de la belleza que destila su cristalización es
el germen de una idea estética transfigurada en metáfora artística que, desde
el romanticismo hasta nuestros días, ha fascinado a numerosos escritores, a
filósofos y, todavía más, a artistas y arquitectos. Éste es el hilo conductor
de la presente narración que se despliega paralelamente en la estética, la
pintura y el proyecto, y que se plasma en la síntesis entre la geometría y la
proyección sentimental, la figuración cuboexpresionista, la floración de las
arquitecturas cristalinas y sus tipologías en las «casas populares» y los
rascacielos. Asimismo se manifiesta en la «otra alma» moderna del cristal, tal
como apreciamos en las cosas (y en las casas) de vidrio, que no tienen aura, y
en la actual fenomenología de las transparencias y los reflejos cristalinos.
Enlaces
Siruela | La metáfora del cristal en las artes y en la arquitectura
La metáfora del cristal en las artes
Elena Vozmediano | El Cultural, El Mundo, 2008-04-10
La vigencia en el arte actual de la “metáfora del cristal” es evidente,
como lo demuestran dos exposiciones recientes: “Intocable. El ideal de la
transparencia en el Museo Patio Herreriano” (Valladolid) y “Glaskultur. ¿Qué
pasó con la transparencia?”, en Koldo Mitxelena (San Sebastián) y La Panera
(Lleida). En este aleccionador ensayo de Simón Marchán, sin embargo -y a pesar
de su título-, se presta mucha mayor atención a las expresiones arquitectónicas
de los motivos cristalinos; Marchán (Zamora, 1941), que ingresó en noviembre en
la Academia de San Fernando en la sección de Arquitectura con un discurso titulado
“Las querellas modernas y la extensión del arte”, es hoy catedrático de
Estética y Teoría de de las Artes en la UNED, pero lo fue antes de Estética y
Composición en la E.T.S. de Arquitectura de Madrid, Las Palmas y Valladolid.
Ambas materias, Estética y Arquitectura, constituyen la base sobre la que se
fundamenta la narración del autor, que parte de las ideas de Kant, Schlegel y
Schinkel para explicar la floración de la arquitectura de cristal. El hilo
históricoartístico que se sigue es el que va de la arquitectura gótica al
romanticismo y al expresionismo, siempre en el ámbito germánico, y de ahí, tras
un interesante decurso por la pintura cubista, al utopismo de Bruno Taut y su
grupo. El aplacamiento las aspiraciones místicas deriva en el uso racionalista
del vidrio desarrollado en la Bauhaus y, ya en los 50, en los primeros
rascacielos de vidrio de Chicago y Nueva York.
Se examinan simultáneamente las dos líneas fundamentales en las que la metáfora del cristal se bifurca: la morfológica -formas que imitan las configuraciones cristalinas- y la morfogenética -imitación del modo de operar de la naturaleza en el proceso de cristalización-. El período en que más intensamente se forjan estos conceptos es el que va de 1914, fecha en que se construye “La casa de cristal de Taut”, y 1922, cuando se da por extinguido el expresionismo radical y visionario defendido por el Consejo del Trabajo para el Arte y luego por “La cadena de cristal”, el grupo liderado por Taut, alias Vitroheracles. En esos momentos se reelaboran las analogías de la arquitectura con el árbol, con la montaña, con el glaciar y con el cielo; se refunda la idea de la catedral, que ya no es cristiana sino abiertamente espiritual, rozando el esoterismo. La ciudad se piensa como comunidad presidida, en el centro y en altura, por una “corona de cristal” que agrupa los edificios simbólicos comunitarios. Se cree en la pureza del mundo, la inocencia del hombre, la fraternidad. Terriblemente ingenuo.
Marchán expone todo esto con precisión y elabora la amplia información que maneja de forma irreprochable. Pero deja de lado casi por completo la interpretación o, mejor dicho, la valoración de lo que cuenta. Corresponde al lector entender, por ejemplo, que La casa de cristal de Taut no es sólo la realización de un ideal estético sino también una maniobra publicitaria de los fabricantes de vidrio, hormigón y prismas vidriados, que sustentaron el proyecto. Apenas hay referencias al contexto político y económico en que se suceden los hechos. La neutralidad del autor -una opción historiográfica respetable- nos priva de una perspectiva crítica que habría sido enriquecedora. Lo mismo ocurría, más acentuadamente, en su anterior libro “Las Vegas, resplandor pop y simulaciones posmodernas”, en el que no se permitía el menor reproche al mal gusto dominante en la ciudad o a su criminal derroche energético.
En cualquier caso, ésta es una publicación de la que se puede aprender mucho. Entre sus mejores pasajes figura la convincente relación que establece entre cubismo y arquitectura de cristal -corroborada por el deseo de Picasso de traducir El licenciado Vidriera de Cervantes-, el pormenorizado estudio de las propuestas de La cadena de cristal y el último capítulo, en el que defiende que, tras la “transparencia literal” de la arquitectura de vidrio del estilo internacional, hoy regresan los fantasmas de la “fenomenología de las transparencias” y los reflejos. Artistas como Dan Graham, Merz, Criado, Pistoletto o Eliasson y arquitectos como Perrault, Zumthor, Herzog y De Meuron o Toyo Ito estarían haciendo resurgir una “estética energética de la materia” que remitiría a los días de los templos cristalinos.
Se examinan simultáneamente las dos líneas fundamentales en las que la metáfora del cristal se bifurca: la morfológica -formas que imitan las configuraciones cristalinas- y la morfogenética -imitación del modo de operar de la naturaleza en el proceso de cristalización-. El período en que más intensamente se forjan estos conceptos es el que va de 1914, fecha en que se construye “La casa de cristal de Taut”, y 1922, cuando se da por extinguido el expresionismo radical y visionario defendido por el Consejo del Trabajo para el Arte y luego por “La cadena de cristal”, el grupo liderado por Taut, alias Vitroheracles. En esos momentos se reelaboran las analogías de la arquitectura con el árbol, con la montaña, con el glaciar y con el cielo; se refunda la idea de la catedral, que ya no es cristiana sino abiertamente espiritual, rozando el esoterismo. La ciudad se piensa como comunidad presidida, en el centro y en altura, por una “corona de cristal” que agrupa los edificios simbólicos comunitarios. Se cree en la pureza del mundo, la inocencia del hombre, la fraternidad. Terriblemente ingenuo.
Marchán expone todo esto con precisión y elabora la amplia información que maneja de forma irreprochable. Pero deja de lado casi por completo la interpretación o, mejor dicho, la valoración de lo que cuenta. Corresponde al lector entender, por ejemplo, que La casa de cristal de Taut no es sólo la realización de un ideal estético sino también una maniobra publicitaria de los fabricantes de vidrio, hormigón y prismas vidriados, que sustentaron el proyecto. Apenas hay referencias al contexto político y económico en que se suceden los hechos. La neutralidad del autor -una opción historiográfica respetable- nos priva de una perspectiva crítica que habría sido enriquecedora. Lo mismo ocurría, más acentuadamente, en su anterior libro “Las Vegas, resplandor pop y simulaciones posmodernas”, en el que no se permitía el menor reproche al mal gusto dominante en la ciudad o a su criminal derroche energético.
En cualquier caso, ésta es una publicación de la que se puede aprender mucho. Entre sus mejores pasajes figura la convincente relación que establece entre cubismo y arquitectura de cristal -corroborada por el deseo de Picasso de traducir El licenciado Vidriera de Cervantes-, el pormenorizado estudio de las propuestas de La cadena de cristal y el último capítulo, en el que defiende que, tras la “transparencia literal” de la arquitectura de vidrio del estilo internacional, hoy regresan los fantasmas de la “fenomenología de las transparencias” y los reflejos. Artistas como Dan Graham, Merz, Criado, Pistoletto o Eliasson y arquitectos como Perrault, Zumthor, Herzog y De Meuron o Toyo Ito estarían haciendo resurgir una “estética energética de la materia” que remitiría a los días de los templos cristalinos.
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